Esto no es un ataque contra las religiones por más que se diga que las mismas se basan en creencias y éstas, ya se sabe, se creen o no se creen. Por esta razón, la mayor parte de las religiones más influyentes tienen entre sus pilares fundamentales el de la fe: esto es, una adhesión inquebrantable a sus principios y normas, aunque no se puedan demostrar. Estos cuestionamientos de la fe en sus dogmas dieron lugar, dentro de las propias organizaciones religiosas, a serios cismas irreconcialiables, lo que sin duda contribuye a cuestionarse una respuesta afirmativa a la pregunta inicial.
Reiteramos, esta no es una crítica a las religiones y lo único que nos mueve es el esclarecimiento o discernimiento de la razón, para que, libre de falsos planteamientos, pueda guiar los pasos certeros del ser humano en la conducción de su vida. Lo que ocurre es que cuando esos grandes principios, esas grandes ideas teóricas que pretenden dar su fundamento a las creencias, las queremos llevar a la práctica, a la realidad concreta de las diferentes conductas humanas, ya no le vemos la claridad, se vuelve todo más confuso.

Esto anterior es lo que nos refieren los evangelios en el pasaje cuando exponen a Jesús ante el dilema de a quién dar la moneda: al César o a Dios. Aquí tenemos la aplicación de la idea: este es el mismo dilema que parecen tener los dirigentes de la religión católica, otra vez con la misma moneda, solo que en este caso la disyuntiva es entre La Iglesia, como institución y representante de Dios en la Tierra, por un lado, y Hacienda, como representante del César, esto es, del Estado, que a la postre somos todos.
Como todo el mundo sabe, a través de los medios de comunicación, la institución eclesiástica nos recuerda la próxima celebración del día de la iglesia diocesana para que participemos, con nuestra ayuda, entre otras, con las “dichosas monedas.”

Pero ahora aparece la contradicción en la que no cayó Jesús pero sí sus representantes. Como todo el mundo sabe, entre el Vaticano y el Estado Español se firmó hace muchos años un concordato por el cual el Estado Español reconoce carecer de competencia para injerirse en los ingresos y recaudaciones financieras llevadas a cabo por La Iglesia a través de sus parroquias. De todos estos ingresos se harán tres partes, una será para la propia parroquia, otra para el episcopado al que pertenece dicha parroquia, y la última parte, para el Vaticano: teniendo en cuenta las necesidades que hoy día hay aquí, en todo el país, con tanto paro y comedores sociales, no se explica que haya una evasión de capital sin sus correspondientes aranceles, unos impuestos que se sustraen a todos (vuelve a repetirse) pero parece que a los dirigentes religiosos no les afecta o no se dan cuenta cuando afirman que La Iglesia somos todos: aquí está la contradicción.

Veamos otro claro ejemplo de esto: un iluminado expresidente de gobierno, antes de abandonar el puesto de mando, saca una normativa o decreto por el cual todos los edificios de carácter religioso se puedan registrar como propiedad, hecho llevado a cabo por las autoridades eclesiásticas, pero si, como dicen en las homilías, “La Iglesia somos todos”, se supone que los fieles también serán propietarios a título de igualdad, del pueblo que los ha construido. Quizá el clero diga “nosotros les hemos dado la comida a los que trabajaban en su construcción y en muchas ocasiones la peonada”. De acuerdo, pero antes el pueblo le había dado a la institución eclesiástica en forma de ayudas, limosnas y pago de bulas el dinero suficiente para su construcción. Terminaremos citando un caso en donde se aprecia la contradicción de ideas, lo que se predica y lo que se hace: se nos habla de la otra vida pero después luchamos por esta.
En la provincia de Pontevedra, a la salida de ésta, en dirección a Ourense, al lado de la carretera nos encontramos con el pueblo San Xurxo de Sacos. Entre los años 1990 y 1996, el párroco del mismo entró en litigio con todo el pueblo por la propiedad del robledal (A Carballeira de San Xusto), aduciendo que era propiedad de La Iglesia, negándosela al pueblo, por lo que acabaron en el juzgado y el sr. juez sentenció que si La Iglesia somos todos, pues ya está, es de todos. ¿Se aprecia la diferente forma de pensar? ¿Cómo se resuelven estas ideas contradictorias?
