Por supuesto que no. Semejante afirmación puede llamar la atención, sobre todo teniendo en cuenta su lugar de nacimiento, lo cual quiere decir que se cuestiona como elemento determinante de la identidad: esto ya se ha aclarado en otros escritos anteriores. Y si alguien no está todavía convencido, es porque tiene un concepto muy superficial e impreciso de tal sentimiento, que se ampara en los recuerdos y vivencias emocionales de la primera infancia, asociados al lugar en donde se desarrollaron esas primeras etapas.
Para intentar acotar el sentimiento de identidad del pueblo judío, tendremos que hacer referencia a lo que es su rica tradición cultural, que está basamentada en un libro, como la mayor influencia que rige todas sus conductas, y éste no es otro que el Antiguo Testamento. Tal es así, que llega a entenderse como el libro sagrado de la historia del pueblo judío en su relación con Dios, hasta el hecho de considerarse el pueblo elegido. Este condicionamiento que acabamos de mencionar, es tan grande como para interpretar ese libro, que no pasa de ser una recopilación de historias fabulosas, y que en esto coincide con las demás culturas que también tienen sus propios relatos, pero con la salvedad, en el caso judío (hablando en términos generales), de considerarlas, en muchos elementos, muy reales.
Veamos una influencia: tomemos el pasaje del pueblo judío en su camino hacia la tierra prometida por su Dios, conducido por Moisés. Dicho pasaje les está condicionando como algo muy real en pleno siglo XXI, hasta provocar en el pasado siglo una guerra con los países árabes, reclamando una tierra que “siempre” consideraron suya.

Otra influencia cultural de dicho libro y clave en sus modos de ser, es el famoso aserto del “ojo por ojo y diente por diente”. Esta frase será el frontispicio que definirá sus reacciones. Por el contrario, este no es el proceder de Jesús de Nazaret. Este modelo lo tenemos instalado en occidente y así, por ejemplo, cuando los familiares de una víctima exigen de la justicia que el asesino “pague” por lo que ha hecho, estamos aplicando el mismo principio, como si eso revertiera la situación. La postura de Jesús es distinta, pues viene a decir que tanto el bien como el mal reside en nuestro interior y es el raciocinio el que tiene gobernar: si alguien hace algún mal a otro, a sí mismo se lo está haciendo; entonces su víctima se encuentra en la misma situación, esto es, si devuelve el daño, a sí mismo se lo está haciendo también. ¿No recordamos el pasaje de poner la otra mejilla?
Se ve clara la diferencia de identidad. Alguien dirá: si no es judío, ¿entonces? Si le preguntases a Él por su identidad, te respondería “Soy el que Soy”.
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