La imagen de sí mismo

Cuando un sujeto desea someterse a psicoterapia, independientemente de cuál sea la dificultad a abordar, deberá afrontar, como algo vinculado a la misma, el hecho de la imagen que tiene de sí mismo.

De entrada, se puede decir que casi todo el mundo da por hecho que el tener una imagen de sí es lo normal y natural. Puesto en negativo, si no se tiene una imagen de sí, es que psíquicamente algo falla y ese sujeto poco menos que no sabrá quién es. Para que te quede claro, si tienes una imagen de ti, tu eres el que no está bien.

Lo que ocurre es que esa curiosidad de la capacidad analítica que se cuestiona el fondo de las cosas, no la hemos aplicado a observar la imagen para ver su funcionamiento, y si es algo real y sin contradicciones.

Desde que éramos muy pequeños, prácticamente desde el nacimiento, por no decir antes, la actividad mental ya se ha desplegado, pero todavía sin referir dicha experiencia a un centro como sujeto de la misma. Posteriormente, cuando aparece, vamos a llamarle “un centro”, como receptor de dichas vivencias, al que van a hacer referencia como un yo, un ego, y a partir de ahí se va construyendo la imagen. Entonces, el lector de este texto, al llegar aquí se dirá: “entonces es que existe, es real”. Ello no quiere decir que algo que en su momento evolutivo fuese necesario, sea hoy algo correcto y acertado.

Esas experiencias, esas vivencias, fueron fortaleciendo, al tiempo que confirmando, al ego como centro, como recuerdo, como imagen, y como tal, algo duradero, perdurable y permanente. Estos calificativos anteriores, van dando forma a una nueva característica que va a resultar definitiva y muchas veces negativa: cuando automatizamos una respuesta, ya no necesitamos pensar. Así pues, esa imagen que se fue conformando, se ha vuelto inconsciente, y esto, no casa mucho con lo de “inteligente”.

Una mente que quedó atrapada por las experiencias que la conformaron, por esas vivencias que formaron el ego, inclusive “su existencia” depende de ellas, queda incapacitada para “observar” e ir más allá de sí misma, más bien, queda bloqueada para discernir e ir más lejos de esos procesos de identificación personal: en otras palabras, reacciono ante lo externo a mi persona, lo que veo y siento según los recuerdos que me formé, y eso va a condicionar mi respuesta, sin aplicar la inteligencia; mi experiencia está bloqueando el discernimiento.

¿Se puede ver el daño que está haciendo la imagen? ¿No vemos, acaso, la limitación que produce esa imagen? Precisamente, si se quiere que la inteligencia esté operativa, “con discernimiento”, dándose cuenta, la función que se ocupa de la imagen debe estar desconectada, de lo contrario, interferirá.


Esto anterior lo vamos a expresar con otras palabras: el observador y la observación. Si está operativa ésta (funcionando), la imagen, con todos sus recuerdos bloqueando, ahí está el observador (que sólo se está viendo a sí mismo, y, por consiguiente, no descubre nada). Por el contrario, en la observación, la imagen no está activa, y por lo tanto, estoy libre para ver y descubrir.

Para terminar, vamos a representarnos un caso donde se vea “la imagen” como algo práctico, operativo y concreto en nuestra vida, y no algo meramente intelectual o mental.

Imaginémonos un sujeto que viene a consulta, con su pareja como acompañante, para que participe de la experiencia, porque siempre puede ayudar y enriquecer la convivencia entre ambos.

La intención inicial que trae el varón, es la de hablar él solo, porque tiene una idea en mente, que es el motivo que le trae a consulta: “-Me gustaría saber quién soy. Mi idea es ver cómo se me percibe”. Esto nos está indicando que es propiamente una demanda personal centrada precisamente en la imagen.

Imaginemos que después de varias sesiones, dice: “-Bueno, creo que ya tendrás medio conformada una idea de mi personalidad”. Esto me lleva a explicarle que la idea de la imagen es algo limitador. Evidentemente, no está de acuerdo y se pone como ejemplo: “-Yo soy una persona adicta a la cultura. El saber está en la base de toda superación y cambio”.

Pasadas otras pocas sesiones, y todavía insatisfecho dice: “-He intentado varias veces sonsacarte la imagen que te has hecho de mi, y no lo he conseguido”.

Si se le hace una demostración teórica de la imagen, probablemente no le va a convencer, pero si se recurre a algo práctico, se puede confrontar. Imaginemos que su pareja aportó información sobre su imagen, y se le dice: “-La mujer que convive contigo, tiene más probabilidad de tener una imagen formada de ti, y con más fundamento, precisamente porque vive contigo”. Supongamos que ahora le relato conductas que ella confesó otro día que vino sola a terapia, como por ejemplo que cuando él va al pueblo, tiene miedo por la noche y una escopeta preparada, o que cuando algo no le sale bien, se mete en cama, como con depresión, y es capaz de estar allí varios días; o también puede reaccionar bebiéndose un montón de whisky, hasta perder el control que se le supone a una persona culta.

Evidentemente, preferimos imágenes positivas. En este caso, lo más probable es que acabase diciendo: “-En ese sujeto no me reconozco, es abominable, es despreciable, no me representa”.

Esto es un lugar común en la formación de la imagen de sí mismo: es selectiva, nos atribuimos lo positivo, y no admitimos lo negativo. En una palabra, no es algo representativo de la realidad.

Reflejo.

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