Si un sujeto quiere estar seguro de que los pasos a dar o las medidas a tomar son las correctas, debe partir de un buen conocimiento del funcionamiento de las distintas partes, así como de su organización y estructuración y que tienen como base fisiológica el cerebro. Y no nos estamos refiriendo al estudio del cerebro como tal órgano con sus respectivos hemisferios o lóbulos, sino a la rica vida mental, independientemente de en qué zona del mismo se encuentre su soporte neuronal.
Habitualmente, en nuestro vocabulario se encuentran conceptos que, sin darnos cuenta, están haciendo referencia a las distintas funciones de las que estamos hablando, tales como mente, intelecto, inteligencia, consciencia, conciencia, inconsciente, sentido del yo, yo, sí-mismo, imaginación (Imaginatio Vera) -no confundir con fantasía-. Estas distintas partes o entidades tienen una organización propia, así como una estructuración e interdependencia con las demás para que, al final, el resultado sea satisfactorio. Y esta estructuración tiene su causa en el proceso evolutivo, empezando por las funciones vinculadas a los sentidos que nos conectan a la realidad exterior, hasta las más abstractas o evolucionadas.

Así, siguiendo la línea desde lo más externo a lo más interno, nos encontramos con la mente, que es la que recibe y procesa los estímulos procedentes de los sentidos. Si tiene un mal funcionamiento procesará de forma errónea los datos de los sentidos: si es una mente dispersa, saltará de unos objetos a otros; me recuerda a los tiempos de infancia, cuando durante las clases estábamos perdidos y supeditados al mayor estímulo, que recordaba la conducta de los simios, girando siempre la cabeza, pendientes de cualquier ruido. También puede funcionar mal porque le cuesta hacerse cargo de los estímulos, por sentir cansancio, embotamiento, confusión o pesadez por tensión emocional, procedente de la parte consciente, formada ésta por los estímulos que se han ido dejando de atender-resolver. Otro nivel que supone mejor organización es la mente concentrada: aquí, ya es capaz de atender a algo que le gusta, como un juego, una lectura, una afición. Éstos serían los niveles ordinarios de la mente, que tiene los objetivos en la realidad exterior. Evidentemente hay niveles más organizados de la mente que ya requieren del proceso de la contemplación, esto es, al mismo tiempo que tiene esas experiencias, se siente el centro, el actor de las mismas: está apareciendo el sentimiento del yo al que se refieren las conductas. Para que apareciese ese sentido del yo, fue necesaria la presencia de la siguiente función, el intelecto.
Dos datos importantes sobre esa primera función, la mental, que comparte con la siguiente, el intelecto, por su proximidad. Uno de ellos, y que llama la atención a los occidentales, es el de tener la cualidad de ser algo material: los datos obtenidos por los sentidos son algo material y la base de su funcionamiento, el sistema neurológico también es algo material: esto tendrá su importancia para una posible futura psicoterapia, porque no se podrá considerar, precisamente por tener esa condición, como algo permanente, es decir, puede existir como no. El otro dato es que estas dos funciones, en contra de lo que se pudiera pensar, no son conscientes.

Antes de pasar a la siguiente función, recordar que las causas para producirse un mal funcionamiento de la mente pueden ser muchas. Y se mencionaron atrás los distintos niveles de organización, como pueden ser la mente dispersa, la confusa, etcétera. Pero también puede haber errores de procesamiento, como el error interpretativo de la información sensible, conocimientos falsos que no se corresponden con el objeto, motivo de conocimiento, o también porque se le añade información procedente de las impresiones latentes archivadas en el inconsciente y que no se corresponden con las situación. Otro fallo de la mente es que no se percate de los errores perceptivos de los sentidos. Igualmente, el error también puede provenir de la memoria: la mente puede estar recurriendo a datos adulterados por el tiempo o mal recordados. En fin, podrían mencionarse muchos más.
Si nos adentramos en el mundo psíquico, la siguiente función, próxima a la mente, es el intelecto. Incluso se puede decir que constituye la parte más refinada de la mente, siendo la que se encarga de elaborar los diferentes procesos cognitivos y que además los combina e interliga sacando sus conclusiones a través de la inferencia.
Pero para que todas estas elaboraciones de datos y procesos cognitivos no fuesen algo anárquico, se necesitaba crear un centro, una identidad autorreflexiva, es decir, el sentimiento del yo, como entidad constante en todas las experiencias, como sujeto de todas estas experiencias. ¡Ojo con un dato! Que no se confunda esta capacidad reflexiva del sentimiento del yo con la consciencia. La auténtica consciencia es la entidad más interna de esta actividad psíquica y que se conoce también por otro nombre, el testigo, o el asiento del testigo, porque se dice que lo ve todo pero no se involucra, como si la cosa no fuese con él, con absoluta frialdad.

Se quiere dejar aclarada esta diferencia porque la gran mayoría de las personas confunde estas dos funciones, mente y consciencia. Pongamos un ejemplo; un señor está en la primera fila de asientos para asistir a una conferencia, cuando el experto que la imparte quiere saber algo sobre los conocimientos previos que pueden tener los asistentes, y coincide que le pregunta a este señor de la primera fila, que pasa unos momentos de muchos apuros, sintiendo unos sofocos y sudores: probablemente se dirá: ¡cómo no iba a ser consciente de esos apuros! Nosotros diremos: eso no es ser conscientes, sino tener ese sentimiento (reflexivo) de identidad, del yo. Si estuviese interactuando la consciencia, iría hasta la raíz de esas vivencias, latentes del inconsciente, que están causando el apuro, desvelando los pensamientos que lo causan, por lo que ya no lo provocarían. Esto ya sería trabajo terapéutico que consistiría en conseguir hacer ver al sujeto el error de vincular y confundir las dos funciones, mente y consciencia, cuando son totalmente independientes.
Retomando, pues, el tema, podemos decir que mente, intelecto y sentimiento del yo, siendo funciones distintas, están tan próximas y coordinadas que forman una unidad de acción. Ahora bien, estas funciones ¿de dónde les viene la energía para funcionar? Precisamente, siempre que se toca este asunto, se hace referencia a ella como algo muy potente. Pues bien, esta energía proviene de lo más interior y nada tiene que ver con la realidad física y material, proviene de la consciencia, el testigo, y trata de aportar claridad, luz, discernimiento a estas funciones mentales, que están orientadas hacia la realidad exterior, por lo que la que era pura energía esclarecedora, puro discernimiento, las funciones mentales mencionadas la “proyectan” hacia la realidad exterior en forma de pasiones, tensiones, sentimientos, emociones, odio, ira, etcétera. Es decir, en lugar de aportar luz, esclarecimiento para eliminar estos estados mentales recién mencionados, los refuerza precisamente por el mal funcionamiento de aquellas funciones.

El símil de esto anterior lo tengo visto en algunos libros; recuerdo uno de Óscar Pujol en el que compara ese proceso del que estábamos hablando, con las antiguas salas de cine: la luz del proyector, iluminando la pantalla, sin la interferencia del celuloide, sería la energía pura de la consciencia. Interpuesto el celuloide de la película ya es la energía distorsionada, transformada en tensiones, en la trama de la película. ¿Por qué transforman las funciones esa energía pura?. Por la inercia evolutiva de estar proyectados hacia el exterior. Me viene un recuerdo de cuando tenía diez años. Los domingos por la tarde, en el colegio nos ponían una “peli” que siempre debía de estar muy vieja y gastada porque, a cada rato se estaba cortando el celuloide, quedando la pantalla iluminada con un potente haz de luz muy blanca. Mientras la pegaban, silencio. Si tras la reparación coincidía de aparecer el séptimo de caballería, todos los niños aplaudían diciendo ¡bieeen! ¿Por qué pasa esto? Porque los niños se identifican con unos contendientes que, culturalmente, le son más próximos. ¿Y la energía psíquica que está reforzando la pasión emocional que lleva a los menudos espectadores a identificarse con alguien que además de ser ficticio no es próximo? Esa fuerza psíquica es la que proviene de la consciencia-testigo, asentado (nunca mejor dicho), frío, observador. Sin embargo, el/la lector/a pensará “de frío observador nada porque se está involucrando en la acción.” Aquí está la clave y como decía Vyasa (un autor oriental de principios de la era cristiana) la conciencia-testigo pasa a asumir la forma de los procesos mentales, cuando en realidad está siempre establecida en su propia naturaleza, lo que ocurre es que estamos tan acostumbrados a nuestros procesos mentales que no nos percatamos.
Hay otros autores que para explicar este mismo proceso de la transformación de la energía de la consciencia, recurren al símil del reflejo, aduciendo que la consciencia, algo no material, no interviene en unos procesos de índole material, como son los de la mente y el intelecto, que operan con la materia. Es decir, esta energía de la consciencia parece asumir la forma de los procesos mentales y, para explicarlo, ponen el ejemplo de la imagen de la Luna sobre las aguas de un río durante la noche, dando la sensación de vibrar, de temblar. La luz de la consciencia (la de la Luna) parece temblar cuando semeja participar en las vibraciones emocionales de vivencias y sentimientos.
El mito de la caverna de Platón viene a decir lo mismo: los habitantes de la cueva nunca han salido al exterior, por lo que desconocen la luz real, directa. Solamente conocen la que les llega de un modo indirecto y proyecta las sombras de los que están fuera, en la pared interior.

Otro componente del funcionamiento psíquico es la conciencia, que no se debe confundir con la consciencia-testigo, a la que nos hemos estado refiriendo. La conciencia viene a equipararse con la estructura del superyó del sistema de Freud: es el ámbito cultural, y se encarga de las normas morales y éticas de la sociedad en la que se vive.
Solamente nos queda mencionar, dentro de las funciones psíquicas, la inteligencia, que no es otra que la pura consciencia, lo que llaman los orientales el Sí-mismo, puro discernimiento, la visión holística.
Así pues, para rematar y remarcar lo ya dicho, la psicoterapia revierte los procesos mentales que están proyectados hacia la realidad exterior, para intentar volverlos hacia el interior, a fin de desmontar los errores del funcionamiento mental como causa de los sufrimientos y pesares que nos asedian.

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