El término “ismo” ya nos está indicando una estrategia de posicionamiento defensivo y, como tal, está denotando temor, sospecha, inseguridad, como si algo esencial de mi ser estuviese en cuestión, tanto como decir que mi existencia peligrase. Otro error, conectado con este, es el planteamiento al considerar que dicho posicionamiento tiene su causa en el campo genético, el gen XX contra el gen XY, como causante de los males: esto únicamente está indicando que quien adopta este posicionamiento no tiene una relación satisfactoria con el otro sexo, mejor dicho, una mitad con la otra, la parte masculina con la femenina: uno conoce su propio sexo solamente cuando se le hace consciente la parte que interpreta perteneciente al otro sexo. Un hombre descubre la delicadeza y ternura no a través de la masculinidad sino a través de la sensibilidad de la parte femenina, que lleva dentro y que según la terminología de Jung, conocemos como ánima y forma parte de la sombra. Con ello queremos decir que el problema no es tanto una guerra entre sexos por la lucha por el poder o los puestos de mando y responsabilidad como el aspecto económico que lleva implicado, por lo que un empresario, si puede, escamotea derechos y por tanto derechos económicos, muchas veces saltándose la ley, independientemente si es hombre o mujer, como pasa con muchos jornaleros inmigrantes temporeros en los periodos de recolección agrícola.

Perspectiva histórica
Evidentemente ese posicionamiento defensivo del que se habla está ahí, no se puede negar desde el punto de vista histórico, desde los orígenes de nuestra cultura grecorromana. Eso no se cuestiona. El carácter machista de las instituciones sociales y religiosas que tanto determinaron su influencia en la cultura occidental, sin olvidar los antecedentes de la cultura hebrea en la nuestra, lo que nos lleva a cargar las tintas en el ámbito sociológico del problema.
Lo que se pretende decir es que dicha organización social con el reparto de funciones, determinó o condicionó nuestro desarrollo psicológico de una forma concreta que ahora nos lleva a ver el problema como si fuese entre los dos sexos, enraizado, formando parte de la cultura desde la antigüedad, y como tal llega hasta nuestros días, por lo que será necesario, como en un psícoanálisis, retroceder hasta las raíces para ver cómo se originó.

La consciencia
Tenemos que remontarnos a los comienzos de la cultura griega. No es que hasta entonces no hubiese consciencia, que ya la teníamos, pero no a un nivel indagativo de autoconocimiento como ahora para permitir un discernimiento personal para abordar este problema. Pero fue a raíz de las tragedias griegas, y en concreto la que recoge la narración de Edipo en la que ya se vislumbra un nivel más avanzado, no al alcance de cualquiera, sino de los más avanzados culturalmente, la aristocracia. Este nivel, cual radiografía, posibilita ver la interacción de las fuerzas psíquicas y el modo de abordarlas. Pero hubo que llegar a principios del siglo pasado para ser capaces de interpretarlas, y ver que los personajes del rey y de la reina representan la energía masculina y femenina de nuestra consciencia interior, como también está representada la fuerza del destino sobre la que no tenemos un control directo.
Aplicación a las partes masculina y femeninas
Hemos visto cómo los personajes del rey y la reina representan la energía psíquica interior interaccionando y debemos recordar que cada una de ellas representan una mitad del ser humano, y complementarias, pero no antagónicas, jamás una a costa de la otra. Por eso, cuando se habla de machismo y femenismo ya se está indicando algo patológico: el rey representa la forma y el orden, y la reina, la fuerza de la naturaleza, los elementos femeninos de la materia (mater).
La tragedia de Edipo nos señala varias enseñanzas. La primera: el poder. Ya habíamos dicho que el poder no forma parte de las aspiraciones masculinas ni femeninas, y si alguien cree lo contrario es que no está aplicando bien su discernimiento. Eso no quiere decir que no haya gente que pueda tener dicha aspiración, pero la búsqueda de poder no se halla entre los valores masculinos ni femeninos.


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