Pretendemos curar nuestros traumas intentando rehacer el pasado

Este es el caso típico del niño que recurre a la compañía de un animal que le servirá de aliado terapéutico.

Para conocer los antecedentes del caso, nos tenemos que remontar casi a los primeros años de infancia. Su madre había quedado embarazada de una relación esporádica con un chico que no se comprometerá ni asumirá responsabilidad alguna con el embarazo de ella, quien, llegado el momento del parto, se apoyará en sus padres para intentar sacar al hijo adelante, con los que convive hasta que el niño cumple los cinco años.

Como el pueblo en que residen no goza de mucha perspectiva de trabajo, la madre, juntamente con el hijo, decide emigrar al centro de Europa con un contrato de trabajo. Ya instalados en el país de acogida, y, en lugar de buscar una escuela infantil que se ocupe del crío mientras ella trabaja, decide dejarlo en casa bajo llave, después de aleccionarlo bastante para que no se asustase. Se desconocen los motivos que llevaron a tomar dicha decisión tan peligrosa. El niño recuerda de esta época salir al balcón, agarrado a la balaustrada, mirando a las aceras, para ver si localizaba a su madre de regreso a casa, soportando el frío típico de esas latitudes. Lógicamente esta experiencia quedó marcada, condicionando su conducta futura.

Niño con anorak

Pasados otros cinco años y ya de regreso a España, la Xunta de Galicia se hace cargo de la tutela del niño así como de su educación, asistiendo a un Centro de Educación Primaria, en donde dejó traslucir el condicionamiento de estas experiencias pasadas.

Ya habían pasado los rigores del invierno de ese curso escolar, los días ya eran más grandes y buena parte de ellos soleados, con buena temperatura, pero ello no era óbice para que nuestro pequeño amigo siguiese trayendo enfundado su anorak, del que jamás se desprendía, ni siquiera en clase.

Un día, la profesora-tutora habla con el orientador: “Oye, -le dice- a ver si consigues averiguar por qué razón no quiere desprenderse del anorak. Con sólo verlo ya sudo yo”. El orientador le comenta el recuerdo de otros historiales en los que una prenda venía a hacer la función de una segunda piel, de la que no se quieren desprender por un temor a un sentimiento de despersonalización.

Pasado poco tiempo, sin indagar, ya sacó el tema (urgencia, se dice en terapia). Estando en la sala de juegos con el orientador y, sin hacer alusión alguna a al anorak por parte de éste, ya quedó al descubierto la causa por la que no se quería desvestir la prenda: “ profe -le dice al orientador- te digo mi secreto si me prometes que no se lo vas a decir a nadie.”

Entonces, el orientador le informa de que los psiquiatras, los psicólogos, psicoterapeutas y orientadores tienen que guardar el pacto de secreto profesional por el que todas las confidencias que les comuniquen los niños no pueden descubrirlas a nadie, ni a profesoras y profesores, ni a madres y padres.

Acto seguido, mete la mano en el bolsillo del anorak y al tiempo que la saca dice: “mira, un hámster. Le tengo un montón de pipas para que coma.” “Ahora comprendo -le dice el orientador- que no quieras desprenderte del anorak. Lo quieres cuidar para que no se sienta solo.” En realidad le estaba representando a él.*

*Se ha omitido y modificado información de acuerdo a mantener el secreto profesional y a la protección de la intimidad y el anomimato.

Hámster protegido

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